El néctar se elabora en las hojas verdes, bajo la acción de la luz solar (fotosíntesis). En el proceso de la floración, algunas reservas de sustancias nutritivas de la planta (especialmente carbohidratos), se concentran en la flor, en vista de la formación del fruto.
Las abejas pecoreadoras, absorben con su lengua el néctar de las flores que visitan, lo introducen en su buche y vuelven a la colmena, donde se lo entregan a través de la trofalaxia a las obreras jóvenes que encuentran más cercanas a la piquera; volviendo a salir en busca de más néctar, tan pronto han pasado la carga a sus hermanas.
Las abejas del interior rápidamente se ponen a trabajar para transformar el néctar en miel, ya que hay que rebajar el porcentaje de humedad, desde un 60 % hasta un 18/20 % que tiene la miel cuando las obreras lo operculan en las celdillas.
El primer paso para su fabricación se produce en el buche de la abeja, donde se añade saliva. En la colmena, otras abejas degluten esos néctares hasta que se forma miel fresca. Para que ésta se transforme en miel madura, es depositada en celdillas, donde las abejas la “amasan” para que pierda humedad y las enzimas transformen la sacarosa del néctar en fructosa y glucosa. El paso final es la operculación o cierre de las celdillas con el fin de que la miel pierda aún más humedad. Sólo cuando desaparece la mayor parte de agua, alrededor del 80 %, podemos obtener miel madura.
El proceso puede durar varios días, dependiendo en gran medida de dos factores: la humedad y temperatura exterior y algo muy importante, la disponibilidad de los recursos florales.

NdR: El gran secreto de agregar al néctar enzimas para transformar ese líquido en miel.